El deseo de Celeste

Esta es la historia de una mujer que estaba tan aburrida de su vida que rogo y rogo a dios que la convirtiera en estrella, para de esa manera ser luz, ser fuego, ser calor y así ser admirada cada noche por su belleza y su eterno resplandor.
Dios en su eterna sabiduría y su paciencia noble para con su creación, le concedió su deseo, por ese ánimo tan afanoso de ser estrella.
Ya convertida en esa bola de gas incandescente, la bella estrella se complacía con su luz, su calor y su belleza que de iluminaba el oscuro y frio vacío del universo.
Pero el espíritu de la estrella, al fin humano se fue agotando de ser y ver lo mismo cada día en su cotidiano trascurrir, admirando y envidiando a los cometas que de vez en vez con su fuerza atraía.
Así es que con todo su anhelo deseo y suplico a dios la convirtiera en un libre, luminoso y presuroso cometa y la liberara de ese pacífico y rutinario existir que las estrellas tienen.
Dios en su eterna sabiduría y su paciencia noble para con su creación, le concedió su deseo, por ese ánimo tan afanoso de ser cometa.
Ya abandonando su forma de estrella, redujo su talla y abandono el fuego que avivaba su existir, convirtiéndose en una pelota de hielo presurosa y rauda que transitaba el espacio. Pero sucedió que el brillo que buscaba y la melena larga y hermosa que adornaba a los cometas, solo podía existir en cuanto estaba cerca de una estrella, porque la luz y calor de esta, es lo que le daba su hermosa forma, ya que estando lejos de ella solo era una sucia bola de nieve arrastrada por los juegos gravitacionales, de los que cuerpos celestes y errantes dependen.
En su exilio y falta de brillo y hermosura, la mujer se arrepintió de su deseo, ya que siendo estrella, no encontró lo que buscaba y siendo cometa tampoco; así es que en la inmensidad de la eterna noche espacial lloro su suerte.
En uno de sus viajes cerca de la tierra escucho a un poeta declamar su amor a las luminarias nocturnas que adornaban el cielo, con tal pasión y clemencia, que sintió esa pasión más fuerte que el fuego que aviva su interior cuando estrella fue, en ese momento su naturaleza respondió a la luz del sol y desplego su larga cola brillante, que como un guiño o un coqueteo de estrella fugaz, surgió plenamente ante tan romántico amante de la nocturnidad.
Este al ver tan bello prodigio, declaro su amor, sus mejores versos y prosas a tan singular momento de espectacularidad.
La mujer se sintió más hermosa que nunca, más amada que nunca y deseo con todo su frio corazón de hielo ser mujer, para ser amada por ese fervor, por ese calor de ese hombre tan singular.
Dios en su eterna sabiduría y su paciencia noble para con su creación, le concedió su deseo, por ese ánimo tan afanoso de ser mujer.
El poeta vio caer del cielo la estrella fugaz tomando formas bellas y redondeces características de una hermosa mujer. Todo misterio puede tornarse digno de explicación, he investigación para cualquier mortal, pero no así para un poeta, para el cual la realidad siempre tiene un tinte más fantástico, donde siempre desde el foco de su mirada, hay un alcance mucho más divino.
Y la tomo como su mujer, como un regalo de dios, tal cual un poeta siempre ve las bondades del amor.
Nunca en sus diferentes existencias, la mujer se sintió tan llena de luz, tan bella, admirada, he inalcanzable como las palabras del poeta la transformaban cada vez. El, la amaba y la pintaba cada día distinta, con sus versos, prosas, elogios y canciones. Ella estaba complacida de ser tan diferente, fugaz y cambiante cada vez que las palabras del poeta la vistieran de sol, de estrella fugaz, de luz, de primavera, de diosa, de amor.
La mujer agradeció a dios su existencia, su forma y su ser, complacida con su naturaleza. El poeta agradeció a dios por darle un regalo tan excepcional, una musa, una estrella, una mujer para amar.

Dios en su eterna sabiduría y su paciencia noble para con su creación sonrió desde algún lugar de la eternidad.


Escrito por Armando Vega el 27 de agosto de 2011.

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