sábado, febrero 04, 2012


Un acto de amor marca la diferencia, hace que la unidad
cuente a veces mucho más que la masa.


Un afilador callejero, por así decirlo artesanal, me demostró
que en la labor más pequeña, en el acto de trabajo más humilde puedes encontrar
la perfección, la verdadera imagen de dios en las cosas.


Se tomó alrededor de 20 minutos para pacientemente con los
años que la experiencia otorga, darme una cátedra de profesionalismo. Una cosa
que me llamo la atención de este hombre, de alrededor de unos 70 años de edad,
fue su pulcritud y detallado arreglo personal, la curiosa manera de tener todos
los utensilios y herramientas en un perfecto orden, su bicicleta, que al voltearse
sirve como la herramienta principal de sacar el filo a tijeras cuchillos y demás.


Con la pasión y la entrega de saber hacer lo que amas y esforzarte
en cada acto de amor de tu trabajo, el encargo fue realizado y todavía aun con
la demostración casi circense de lanzar un periódico al aire, para que al caer
fuera cortado con el solo filo del viejo cuchillo, que antes no partía ni la
mantequilla.


Quede fascinado ante tan buena demostración de
profesionalismo y le pregunte ¿cómo es que había llegado a ese nivel de perfección
en una labor tan humilde? Solo se limitó a decirme “la práctica constante no
siempre te lleva a la perfección, pero la práctica diaria perfecta te conduce a
la excelencia” para acabar pronto joven, menciono, las cosas se hacen bien o no
se hacen.


Esto paso hace ya más de 20 años, pero aun así sigue formando
parte de mis lecciones de vida, de mis memorias y de esos momentos en
la vida que aún hoy vale la pena recordar.

armando_vega@terra.com.mx



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