Los pies se hunden en la arena y el viento sopla sobre mi figura que se dirige sin destino algún punto de esta playa. Las olas no paran de suceder una tras otra con un ritmo incansable, constante, redundante. Mis pensamientos van a un futuro, donde ya no esté más aquí, y todo esto suceda como una imagen lejana en mi mente, donde este recuerdo solo sea una memoria de tantas otras acumulada sin mayor trascendencia de un momento que ya no está. Pero hoy sin razón aparente viene a mí ese recuerdo, el viento cálido, las olas perennes, las gaviotas nerviosas y los relajados visitantes que se sacuden la arena para prepararse a partir.
Tal vez es el recuerdo de la soledad y la nostalgia en medio de la belleza que sucedía, todo aquello sucedía mientras yo estaba en el futuro; ¡qué curioso! que hoy todo suceda, mientras el futuro añorado que es ahora mi presente, esté rememorándolo, siendo presente en mi pasado. Curioso es el pensamiento y los recovecos que la memoria tiene, como agujeros de gusano que conectan dos puntos del espacio que convergen en momentos, donde la soledad me refugiaba en un futuro distante, y el futuro, presente, me regresa al momento exacto donde ese pensamiento inicio.
El viento sigue siendo el mismo, las olas siguen donde las deje, el sol aún está ahí, donde en ese entonces estaba, y donde seguramente todavía estará después de mi. Solo la nostalgia y la tristeza suelen tener un matiz distinto, un sabor más lejano y distante, ¿Será porque mis pasos están a cientos de kilómetros del mar?¿Será que el viento frío de esta tarde me acaricie de similar forma, como aquel viento pasado que no será más?
Tal vez solo es que en ese pasado intuí mi futuro, solo conectado por una suave caricia del viento, que desmontando tiempos, distancias y espacios me auspiciaba la sombra constante que cubriría mi mirada, sin una razón aparente, como si la sombra de la caricia fría del corazón necesitará invitación para llegar o para encontrar morada.
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