A veces, un pálido
sol y un aire frío que corta la piel con su roce incesante son el elemento
primordial de nuestra cordura funcional. A veces, un olor a sal y la
incapacidad de respirar con facilidad, al sofoco de un calor abrasador,son los
ingredientes justos para estar en armonía con lo que consideramos hogar.
Otras tantas el
bullicio, el desorden, el murmullo incesante, la marabunta desquiciada, las
filas y filas de tráfico automovilístico interminable, son la calma reinante en
una mente disfuncional que ama y odia lo que lo hace ser quien es.
No solo se extrañan
los cercanos, los consanguíneos, los amados, también nos hacemos miméticos con
la lluvia, los colores, los sabores, los sentidos. Porque, una pequeña mariposa
sabe exactamente de donde es y de donde no, y hasta un pez muere en el intento
de regresar al lugar que su naturaleza le ordena.
Yo no soy de aquí,
pero tú tampoco. Y al mismo tiempo somos de nuestros sitios, que se arraigaron
en la sangre misma, en la orden misma genética que nos amaga cruelmente a estar
apegados por siempre al lugar que nos cobijo de buena o de mala manera.
Queremos regresar a
las estrellas porque somos polvo de ellas. Buscamos incesantemente nuestros
sitio, porque realmente no tenemos uno. Tenemos todos los colores y matices en
la piel y sin embargo somos del mismo carbono en la raíz primordial.
Todos anhelan
regresar a algún lugar y momento donde fueron felices, y a su vez todos sueñan
con escaparse muy lejos y probar fortuna en lo desconocido. Nacimos para amar
lo que somos, lo que nos da identidad y origen, pero las ganas de ver más allá
del horizonte, siempre estará arraigada en la curiosidad y la búsqueda de un
lugar mejor.
Aunque los Budas
saben que pertenecen a todo y todo les pertenece, de igual manera remontan su
vida a las montañas sagradas, porque el alma quiere expandir su ser en
latitudes que le son propias. No atesoran, no acaparan, no desean, aún así sus restos y sus pasos, posan dentro del
círculo fundamental que los conoció.
Fríos ajenos y
emociones contenidas en humanos amaestrados me remontan a lugares diferentes, y
aunque no quiera, esa voz me llama con una voz de madre, que reclama por su
hijo extraviado. No, no te extraño ni te busco en mis mañanas, en estos lugares
diferentes a los que conocí por azar. Pero mis ganas de seguir buscando caminos
continúan atadas y buscan remontar vuelo más allá de este horizonte, porque
saben que más allá se encuentra su felicidad, su hogar, el lugar que por fin
detendrá sus pasos y dará júbilo a su corazón.
armando_vega@icloud.com
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