sábado, mayo 07, 2022

las ciudades

 


Habitamos grandes conglomerados que llamamos ciudades, porque como animales sociales sabemos que solo juntos podemos sobrevivir, es claro que ese objetivo se convierte en una simbiosis urbana que nos transforma en un organismo vivo por derecho propio.

Cuando hablo de lo que representa mi ciudad donde nací, es difícil no dar con altos contrastes de pobreza, riqueza, trabajo, aprovechamiento, corrupción, amor, un gran trabajo diario y una abandono total.

Cada cual puede tener ese vaivén de sentimientos encontrados con la ciudad que a uno lo vio nacer, y principalmente cuando llevas lejos de ella tantos años como es mi caso. Incluso podemos ser forasteros dentro de ella misma, ya que dejamos de frecuentar ciertos barrios emblemáticos por falta de tiempo, por cambio de rumbos o simplemente por evolución. Los hay quienes mantienen un apego y un arraigo inamovible y pasan a ser parte indistinguible del paisaje urbano, que aunque los años pasen, sabes que cuando regreses a ese lugar, serán siempre las mismas personas, habitando los mismos lugares.

Aquí en en la ciudad de Berna, sucedió algo que es común en Europa, y es que las cosas pasan de una manera más lenta y los cambios son solo en las periferias, pero en el centro, como sucede en el centro de muchas urbes históricas, nada pasa, nada cambia, y aún después de 400 años sigue siendo una ciudad medieval, aún se muestra gris y empedrada con sus relojes astronómicos que funcionan a la perfección, pero que ya no tienen un uso práctico, más que ser un monumento histórico y turístico.

Se, que si algún día regreso a la ciudad de México mi reencuentro será con tientos, porque estoy ya adaptado a otros ritmos, a la seguridad del silencio en las noches sin barullo y sin perros ladrando por doquier, sin el miedo de ser asaltado o asesinado por la policía o algún delincuente drogado, vengo ahora de tiempos precisos en todo, sin colas en ninguna parte y eficiencia en la mayoría de los servicios públicos, de cielos limpios de contaminación visual o ambiental.

Llevo años soñando con mis barrios de niñez, con los lugares que recorrí tantas veces, y sobre todo la gastronomía es tan recurrente, que siempre deseo en mis sueños ir a comer a tal o cual lugar, porque aunque he vivido en un régimen estricto de alimentación, es imposible olvidar un buen pozole en Garibaldi, el pan de nuez de los carros de las ferias, los tacos de suadero o del trompo  o esas inolvidables tortas afuera de alguna estación del metro.

Aunque en estos años de distancia he perdido una cantidad enorme de familiares y amigos, esos niños que deje ahora ya son adultos, incluso con hijos propios, será una cascada de emociones abrazar a los viejos que se quedaron y aún sobreviven, refrescar la memoria de los que ya me olvidaron y crear nuevas memorias en los que aún no saben nada de este que escribe.

Recorro las calles que se quedaron grabadas a fuego en mi ser cada noche, por alguna necesidad de un alma asentada en los lugares donde intentó ser feliz, por algún apego insano que mi mente lúcida trata de negar, o simplemente como aviso de regresar a completar la misión de vida que aún está inclusa.

Las ciudades también evolucionan, se mueven, se transforman, se configuran según la gente que las recorre, según las historias que soporta, y según las lágrimas o risas que el eco de la nostalgia jamás borra.

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