martes, julio 26, 2016

El sabio


Había un sabio que recogía trozos de madera que el mar arrojaba en la playa todas las mañanas, los pulía con amor, esmero y paciencia, sacando figuras tan hermosas que quienes las veían llegaban a llorar de la belleza que se desprendía de una acto de amor convertido en una pieza de arte inanimado, pero vivo a la vez.

Iba al mercado y ponía sus piezas en el suelo, mientras disfrutaba de una naranja en su color, sabor, textura y aroma. Ante sus ojos transcurrían historias que pasaban como un desfile de hermosas formas que danzaban en su suceder.

No pedía dinero, porque no sabría que hacer con el, pero recibía alojamiento o frutas o alguna bebida en intercambio por la entrega de algo que no consideraba un trabajo, mas bien una devolución de esa forma que ya estaba en la madera y donde el solo quitaba lo que sobraba.

Aunque fue doctor en filosofía y literatura, rara vez hablaba, pero solo bastaba estar cerca de el para aprender algo, la manera que brillaban sus ojos negros ante cualquier cosa que alumbraba en su mirar, era una biblia de palabras en silencio.

Vestía ropas que el mismo confeccionaba con materiales que aprendió en esos múltiples viajes que realizo en esa otra vida, en la que dice que estaba dormido, en la que buscaba con ojos cerrados tan lejos lo que esta tan cerca y que puedes comprender mejor cuando abres los ojos por primera vez.

En esa otra vida sus títulos, sus vinos, sus fotos de sus viajes, sus pertenencias le daban un lugar preponderante en la sociedad, esa que le da valor a todo aquello que puede ver, medir y creer como cierto y real. En esta otra vida, es un loco que no tiene futuro, que seguramente morirá en la miseria y que a los ojos de los que lo miran con temor y recelo es un pobre mendigo, sin oficio ni beneficio.

Raros en verdad son los hombres que buscan maravillas en las mentiras que se cuentan para vivir, hablan con piedras de yeso, rezan a puntos geográficos específicos, ponen sus fe trabajo y amor en papeles que representan oro que no existe y felicidad que nunca encuentran, raros son estos humanos en verdad.

Cada tanto dicen que dios se disfraza de hombre y se deja ver entre la gente principalmente esos que esperan Mesías y salvadores. Siempre con el mismo resultado, se pierde en la ceguera de los eruditos, de los letrados, invisible ante los majestuosos sacerdotes, papas y rabinos que solo saben mirarse el ombligo y sus propios placeres e intereses mundanos, y el viejo sabio que lo reconoce nunca le dice nada, ni le pide nada, ni siquiera lo molesta con su mirada curiosa, solo el que lo reconoce le brinda una mirada y una sonrisa de complicidad, que Dios le responde con un mismo gesto y se pierden en la muchedumbre, otra vez invisibles, otra vez simples y comunes locos vagabundos.

 

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