domingo, diciembre 28, 2014

Recuerdo el miedo, cuando la incertidumbre de vivir o morir era parte de mí día, a día. Recuerdo el miedo, cuando una época violenta me violentaba, cuando mi preocupación principal no era la tarea escolar, que debería de haber sido y de lo cual para mis compañeros de escuela era su única obligación y aun así no la hacían (yo sí) Recuerdo el miedo, el abandono, cuando bajo la lluvia y el frio me obligaba esperar, con la mirada llena de angustia, pero también llena de esperanza, por la espera en sí misma. Recuerdo el miedo, cuando las ratas recorrían el techo y el suelo de mi pocilga, donde mis pesadillas me llevaban y donde caí de rodillas muchos años después, el día que solté mi pasado y bendije mis miedos. Recuerdo el hambre, cuando solo un bolillo enlamado remojado con un bendito café caliente, dadiva o limosna piadosa de una vecina que odiaba a mi familia y a la cual mi familia odiaba y que a pesar de haber engendrado demonios, asesinos, rateros y drogadictos, está en el cielo sentada a la diestra de algún padre, solo por ese acto de amor, que décadas después aún recuerdo y aun bendigo. Recuerdo el hambre que me movía a salir de mi conformidad, la que me mantuvo despierto y la que me dio siempre ganas de seguir buscando algo que depositar en mi regazo, para comer en mi soledad o para compartir con quien tiene menos aún menos, recuerdo el sabor de esa comida que piadosas monjas regalaban y que repartían en bolsas de plástico, sobras de restaurantes, donde los glotones y los derrochadores despreciaban y que después de hacer una mezcolanza muy extraña de sabores y especias, las monjas repartían a los hambrientos que hacían fila. Recuerdo el hambre ahora mismo que hago dietas, ya no obligatorias, si, no ahora por la glotonería que me hace acumular grasa en mi cuerpo gracias a que mucha gente ahora me sigue dadivosamente dando de comer y donde ahora se apreciar y amar el más mínimo sabor, la más suculenta delicatessen culinaria, que hace que mi sentido del gusto ame sabores que no conocía. Bendigo el hambre que me mantuvo despierto. Recuerdo la generosidad de quien siempre tuvo un café caliente a disposición de un niño hambriento y temeroso, recuerdo la generosidad de quien me abrió la puerta de su casa y siempre me tuvo en su mesa sin distinciones de familia o invitado. Reconozco la generosidad de quien me acogió más de una noche, cuando mis pasos noctámbulos no tenían más a donde ir. Bendigo a los benefactores que me enseñaron a dar más de lo que tengo, a los que me enseñaron que todo lo que acumule lo perdí y todo lo que regale es mío para siempre. Bendigo la bondad innata de gente que actúa según sus principios, no según sus credos, a esa gente que actúa antes de meditar el peligro o el tamaño de la porción menor que tendrá después de compartir. Hoy ya no es necesario tener hambre, no es necesario tener miedo o esperanza en el mañana, hoy no es necesaria la caridad más bien hoy es tiempo de cosechar las enseñanzas que todas esas vivencias que fueran mi escuela me dieron. Hoy es tiempo de quietar el miedo de algunos ojos, de saciar algún estomago vacío, de sostener una mano temerosa y desesperanzada, hoy es tiempo de ser fiel benefactor, silencioso, para algún buen corazón que así lo necesite, requiera, solicite o espere. armando_vega@terra.com.mx

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